Impacto

- Están desembarcando- le dijo.
Tratando de mantenerse firmemente erguido aun con la herida en el muslo y las magulladuras en los brazos, la figura de Walter era una tragicómica estatua. Tras él, por encima de los desordenados montones de piedra que tres horas antes habían sido los muros de la iglesia, largos gusanos de humo ascendían hacia la grisácea línea de nubes, confudidas ya en la constante marea de humo y pólvora. El afluente de gritos y pasos huidizos se había detenido, y ya apenas se veían hombres y mujeres cruzando la alfombra de grava y cascotes en que se había convertido la calzada.
- Vamos- urgió Walter. La vibración impaciente de su voz contrastaba con la fijeza de su mirada, anclada en un interlocutor al que casi ordenaba que obedeciera.
Fredrick había dicho que no.
- Yo me marcho, Walt. No puedo quedarme aquí.
Un sonido, parecido al de un gran trozo de tela que se rompe, precedía cada impacto de artillería. La secuencia de sonidos daba la aterradora sensación aproximarse cada vez más. Justo detrás de la planta y media que quedaba de la biblioteca hubo un estallido, y la lluvia de fragmentos de piedra y ladrillo se elevó por encima del edificio. Fredrick dio un paso hacia atrás. Walter cerró los ojos medio segundo, pero se mantuvo donde estaba.
- ¿De qué hablas? - sus cejas cobrizas se cerraban en un ángulo dudoso, un grito a medio camino entre el enfado y el borde del llanto-. Es tu casa la que está ardiendo ahí. La tuya y la mía.
- No tenemos por qué quedarnos - Fredrick le cogió del brazo-. Ven conmigo. Petra me dijo que Mülbach está aún libre. Cruzando la vía férrea, por las montañas, podríamos llegar a Alemania en un par de días.
Walter trató de mirar más allá de la quebrada vidriera que había en los ojos de su hermano. Hablaba en serio, o eso parecía.
- Esto es lo que has hecho siempre, sabes. Cuando las cosas se joden, te das media vuelta y escapas. Siempre.
- No pintamos nada aquí, Walt. Acabarás haciéndote matar. ¿Qué sentido encuentras en eso?
Un grupito de niños asustados corrió en torno a las ruinas. Uno de ellos, algo rezagado de sus compañeros, pareció hundirse de pronto en el suelo, como si hubiera pisado un bloque frágil de hielo. Su pierna quedó atrapada entre dos grandes cascotes de piedra. Al oir auxilio, los demás niños detuvieron su carrera por un segundo; después corrieron de nuevo sin mirar atrás.
- Tú sabes qué va a pasar si estos cabrones se quedan con nuestro país.
- Lo sé, Walt, pero tú no tienes por qué estar aquí para verlo. No tienes por qué. Sé inteligente, cojones.
- Si todo el mundo pensara como tú... - una extrañísima energía se había apoderado de Walter. Endurecido todo el cuerpo, conteniendo un aparente estallido de furia verbal... y sin embargo, hablando con serenidad -. Si todos hicieran lo que tú... el mundo se habría ido a la mierda, ¿sabes?
Hitler habría ganado aquella guerra. Y se verían esvásticas hasta en el carnet de conducir. Los dientes apretados, un sanguíneo relieve trazándose en sus brazos. Las palabras no terminaban de salir.
Fredrick notó cómo se le nublaba la vista por unos segundos. Movió las manos en el aire, sin saber si estaba buscando un punto sólido de apoyo o una explicación convincente.
- Si todo el mundo pensara como yo, Walt, no habría ninguna guerra.
"¡Pero sí la hay, imbécil de mierda!" rugió su hermano, y fue lo último que le escuchó decir antes de que el obús estallara a menos de quince metros, arrojándoles al suelo por la fuerza de la onda expansiva y produciéndoles inmediatas heridas por los guijarros que salieron proyectados desde el foco de la explosión. Friedrick y Walter quedaron inmersos, durante un espacio de tiempo difícil de medir, en un campo en el que no existía el sonido, ni funcionaba el tacto, ni apenas la vista. Pero el olfato resistía ahí, como timón de emergencia del organismo. Ese olfato que permitió guiarles a través de un confuso submundo de acrimonia, humo, pólvora, madera tiznada, roca desmenuzada, yeso, llamas. Carne.
Cuando se recobraron de aquél confuso momento, se vieron a unos cien metros de distancia. Friedrick se agazapaba detrás de una columna torcida, cerca de la esquina de la estación. Walter se había sentado y apoyaba su espalda contra la base de la gran fuente.
Miró a su hermano pequeño. Sabía que se reuniría con Petra y huirían hasta Munich, y si Alemania tampoco era segura probarían suerte en Suiza o en Italia.
Friedrick miró a su hermano mayor. Sabía que se uniría a la resistencia, y si no lograban detenerlos allí en Ebelseen lo intentaría en Liezen o en Murau.
Se dieron cuenta de que, en realidad, no sentían lástima ni piedad alguna por el otro. Lo que se desarrollaba en sus mentes era una idea mucho más fuerte que cualquiera de las emociones que podían llegar a sentir. Por unos segundos se miraron y retuvieron esa instantánea en sus cabezas, sabiendo que podría ser la última vez que se vieran... y que en caso de volver a verse, la consideración que uno tuviera del otro se habría convertido en otra cosa. Fredrick sería ya por siempre un cobarde para Walt, y Walt sería ya por siempre un fanático para Fiedrick.
Levantaron sus brazos. Se dijeron adiós. Partieron en direcciones opuestas.
El niño siguió atrapado entre los cascotes.





2 comentarios:

nunca contentos dijo...

Hermanos.
"Fredrick sería ya por siempre un cobarde para Walt, y Walt sería ya por siempre un fanático para Fiedrick"
Se dijeron adiós.

Se me ha quedado el corazón en un puño.

Déägol dijo...

En este caso la guerra es un fiel reflejo de la vida misma, en la que cada persona debe seguir su propio camino, sus propios ideales y principios: se trata de guiarse por uno mismo respetando, aunque sea sin aprobación, las ideas de otros.

Genial como siempre, Lars.

Un saludo!