Y le daba la impresión de que el encuentro estaba durando demasiado. La fotografía restaba impaciente sobre la mesa de roble, junto al rótulo de la concejala. Las arcadas metálicas, inmóviles, del puente ferroviario en blanco y negro rozaban los bordes de la mesa y parecían arrojarle un malestar insano, inesperado, en fin, como veo que está todo hablado yo me voy, acabo de recordar que...
- ¿Y si ganas el concurso, a quién invitarás para la cena romántica? - dijo Andrea.
La luz del mediodía golpeaba de frente a aquella muchacha, un rostro bruñido enigmáticamente maduro en un cuerpo joven. Es preciosa, se dijo Santiago, mucho más que la concejala, todo esto sería perfecto pero parece una inocentada, ¿dónde están las cámaras? San Valentín de mierda, si acaso que las lentejas en el fuego, una cita con el dentista, la excusa que sea con tal de salir de...
- ¿Tienes pareja, Santiago? - preguntó entonces la concejala.
A Santiago no se le pasó por alo la leve traición en los ojos de Andrea. Sobre una piel risueña y bronceada, la sombra de ébano de los ojos se tuerce medio segundo. No estaba seguro de si se trataba de un gesto de complicidad o de reproche hacia su compañera. Pero la mirada había abandonado su máscara por unos segundos. Sacar el móvil, tal vez, y fingir que me están llamando...
- No sé a quien voy a invitar - dijo Santiago, va por vosotras, es la única forma de sacar algo en claro así que juguemos -. Pero, ojo, tendré que ganar el concurso primero, ¿no?
La sombra marrón desaparece bajo unos divertidos párpados. Santiago nota una oleada de calor perverso, crepitante. La ola de carcajadas femeninas lo transporta a una visión prolongada de las puntas de sus zapatos, la silueta arlequinada de las baldosas, el mármol pulido de los zócalos. Y como todo en lo que ha sucedido en los últimos minutos, las risas duran un incómodo tiempo de más. Es entonces cuando Andrea, ceñida en su elegante abrigo oscuro, se inclina hasta apoyar los brazos sobre la mesa. Ahora el ébano elimina distancias hacia Santiago; lo abraza. La joven se sostiene el delicado mentón, una hilera de uñas azuladas actuando como pilares.
- Sólo quería mencionar que nosotras dos estamos libres - dice Andrea.
Santiago cree enrojecer, paliceder después, y de postre termina encendido en un amarillo terminal. La concejala, cuyo rótulo identifica como Marina Tadeo, lo observa de medio perfil y le dedica un mohín, leve pero ineludible, con los labios.
- Señoras... mu-muchas gracias por la atención, esto... nos vemos en la entrega de premios - y el rostro de Santiago se esfuma como una centella, dejando tras de sí un anhelo congelado en las mujeres que sientan a la mesa. Tan pronto se cierra la puerta, el mohín en los labios y la sonrisa se extinguen.
- Ha ido usted demasiado rápido - Andrea saca un cigarro de su bolsillo izquierdo, un espejo de mano del derecho -. ¿Cómo espera que esto funcione si los asusta de esta manera?
- Oh, según tú debemos esperar a que nos inviten ellos - y le tiende a su secretaria un pintalabios, escandaloso violeta -. Hazte a la idea, si no les mostramos el terreno bien podemos esperar hasta el fin de siglo. El que algo quiere, algo le cuesta.
Cuatro deditos impacientes arrebatan a Marina el lápiz labial y lo dirigen a la boca. Andrea contempla su propio reflejo, primero meticulosa, luego indecisa.
- ¿Y no sería posible conseguir la puta invitación sin acojonarles? Este es el tecero que vuelve a casa corriendo, Marina. El tercero. Y está por ver que se presente en la entrega de premios, después de su numerito. Yo en su lugar iría directo a llamar al psiquiátrico... o a la policía, porque de lo suyo al acoso sexual hay poquita distancia.
- Andrea, por favor... ¿otra vez exagerando a la italiana? Tienes que quitarte tu soberbia juvenil. Me das dolor de cabeza.
- Y usted ha de quitarse esa desesperación chabacana. Lo de su marido no es el fin del mundo, Marina. Vendrán más. Sólo que no es necesario que los arrincone contra la pared. ¡Ya se le ofrecerá alguno!
La concejala se mesa el cabello. Sus dedos atraviesan una tupida duna rojiza en la que ya han comenzado a aflorar algunas franjas grises. Acto seguido refunfuña y le arrebata a su compañera el lápiz y el espejito.
- Es que parece que sea yo la veterana - continúa Andrea, sin mirarla-. Las cosas... así no funcionan. Hay que tantear, jugar un poco con el, cómo se dice... acercamiento. Dígame, Marina, aparte de con Alfonso... ¿ha estado con algún otro hombre?
- Puaf. En eso te doblo, querida - Marina no ve unas arrugas sobre sus labios, sino un contorno atractivo, una ventaja de la edad -. Se las suelen dar de valentones, pero a la hora de la verdad se arrugan. ¿Quieres que te diga una cosa? Ese tópico del "ellos piden, nosotras decidimos"... ¡no vale un truño! Más bien les obligamos a que nos pidan, y sólo al final aceptamos, si es que seguimos convencidas. Pero primero se lo han de ganar. ¡Faltaría más!
Andrea mira ahora al frente. Luego se pasa un dedo por el mentón.
- En cualquier caso, esta genial idea fue suya - le dice-. Será usted quien corra con los gastos del premio... y tal como está el tema, veo difícil que el ganador la escoja para esa cena romántica.
- Tú cobrarás lo tuyo por ayudarme, sea esto un éxito o un fracaso. Deja de quejarte, pues.
- ¡Pensar que iban a invitarla a usted! ¡A la concejala del pueblo y organizadora del concurso! ¿No es ser algo retorcida?
- No si consigo lo que quiero - responde Marina.
- Esos chicos que han venido ni siquiera son fotógrafos profesionales. Son yogurines. ¿No cree que con sus brillantes ocurrencias podría aspirar a algo mejor?
Los gruesos labios de Marina se aprietan, y después se abren.
- Cariño mío, son hombres. Han llegado a su punto de cocción, a partir de ahí... todo va cuesta abajo. - Se guarda el pintalabios y el espejito-. Bien, ¿quién es el siguiente?
1 comentario:
Me quedo con esto: "Hazte a la idea, si no les mostramos el terreno bien podemos esperar hasta el fin de siglo".
La crueldad de las féminas en ocasiones no tiene límites, amigo...
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