Sobre el césped


Se abre el enorme clamor, como aguas del mar ante Moisés; y en ese pasillo animal, ese rugido por encima de los focos y la noche, surgen los dorsales y los guantes, los tacos aniquilando el césped recién plantado. Los pañuelos y las rosas les acarician los brazos, en un remolino de bellos coloridos; y mientras un altavoz nombra sus apellidos, una furia, una unánime voz apabullante los repite en una corta ovación que unifica el fondo norte, el sur, y millones de laditos expectantes frente al monitor del salón o del bar. Los contrincantes se pierden en sus estiramientos, los miran con nerviosismo mientras arremolinan los brazos y ocupan sus posiciones, igual que álfiles y peones invaden suavemente un tablero de ajedrez; y en un flanco del inmediato campo de batalla, el comandante de la embarcación se mantiene al otro lado de la retícula blanca que cierra el océano verdoso, mientras grita las últimas órdenes y, de paso, demuestra al dios propietario – consumiendo un puro tras una lujosa mampara de vidrio a más de cien metros de altura- que él y sus contramaestres hacen bien su trabajo.

Los capitanes se colocan al frente y en su apretón de manos contrasta, además de la contienda entre el frío soplo del norte y el ardoroso arenal de sudamérica, la tensión, los miedos, las urgencias de una nación y un ideal aplastados en la palma de una mano. La moneda surca el aire y la ágil mano del colegiado protege su resultado; la voltea y agita, como si todo fuera crucial para el devenir del encuentro, y los jugadores aceptan el resultado con más protocolo que resignación. No es momento de regresar, pero allí flotan, ante todos, sus recuerdos resucitados: pateando un balón lleno de costuras, causan delirio en el patio del colegio, en la pista fangosa del parque, en la cancha imaginaria con dos piedras haciendo de portería; y con su facilidad, con los trucos que han aprendido de sus ídolos, dejan atrás a compañeros y arrancan aplausos en las chicas que cuchichean en las gradas. Y los rubores y las bocas abiertas de los familiares, ¡Ay mi niño, es un prodigio!, las miradas sinceras de los monitores de gimnasia, “no sabe lo que tienen en casa, señora”, y ese gol frente al que el portero, calco de una estatua, poco ha podido hacer; en los brazos de avioneta de la futura promesa ése es un tanto que vale un título, un mundial, una vida entera. La campana coge por el pescuezo a los chiquillos, que retrasan un par de minutos más el partidillo hasta que regresan irremediablemente a clase, entre comentarios emocionados por las mejores jugadas y críticas contra las artimañas de los insoportables.

Tan lejano y tan próximo todo aquello. Tan indiferente y tan elemental: el portero, el central y el ariete, así como el míster – que ya tuvo su ocasión de gloria y la vio volar con un tres a cero en contra-, tienen presentes estas nostalgias que atentan contra la supuesta frialdad que todo deportista ha de ilustrar como un estandarte. Afirman, con ese aliento previo, que toda la sangre derramada, todos los sudores, desafíos, levántate del suelo, chaval, y batallas de los últimos años tienen por objetivo ayudar a ese chico del pasado, definirlo; y no definir a los espectadores y televidentes que lo mismo les ovacionarán al primer toque que les insultarán al cometer un error. Se aprietan los cordones mientras piensan en todo menos en los cordones; se repiten las últimas instrucciones mientras lo memorizan todo salvo las instrucciones. Un silbato descansa entre dos labios severos; el clamor resquebrajará después un eje del campo y, cuando el balón eche a rodar, todos los fantasmas y glorias del pasado no significarán nada; hasta el próximo encuentro.

1 comentario:

Déägol dijo...

Los amantes del fútbol, los que hemos gritado, hemos agachado la cabeza, hemos llorado de emoción por un triunfo o de tristeza por una amarga derrota de nuestro equipo, los que nos emocionamos cada vez que vemos a genios con el balón en los pies, los que hemos sentido el aliento de todo un estadio abarrotado animando a sus once ídolos... Esos, nosotros, conocemos la verdadera esencia del fútbol, ese maravilloso deporte que hace sentir emociones inexplicables.