Confiaba en la dimensión corpórea de las palabras.
No fue infundada su fama de vivir en otro escalón, de deslizarse por el mundo a un ritmo distinto y siempre plácido. Todo cuanto captaban sus sentidos adquiría de inmediato dos dimensiones diferenciadas: la puramente sensorial -el aroma aceitoso de las patatas, los serenos filamentos plateados del río, la magnética aridez de la arena-, y otra, única e indefinible, que se empeñaba en conferirle a la estructura morfológica de las palabras. Para ella, "azulado" no era tan sólo un vocablo, sino la semilla de una virtualmente interminable cadena de vocablos. La fonía de la palabra, a-zu-la-do, formaba un altorelieve propio que, como un repentino nenúfar sobre el agua, se erigía al instante en su profundidad interior.
"Azulado" era, así pues, la sugestión del azur, la lozanía de la azucena, el dulzor del azúcar. Pero también podía ser la oscuridad del zulo o la náusea del azufre. "Maleta" traía, con la misma rapidez, la estampa viajera del malecón al amanecer y la perversión de lo malvado. Amaba los cuerpos de "equivocarse" y de "alteración" por el baile de las vocales, empeñadas en doblegarse unas a otras, como pugnando por un hueco en la cima de la palabra. Desarrolló esta poco corriente capacidad (capaz, capataz, capicúa) como quien ejercita un músculo (muscular, muscaria, música), hasta que pronto fue incapaz de sentirse ella misma sin dedicar unos minutos de cada día a su particular sublimación grafológica.
El primer chico al que amó no se libró de este filtro. "Roberto" sonaba como la rosa, como la ribera y el roble, como la vega y el verso. Roberto dio pronto lugar a una exquisita y continua tridimensionalización: la amapola del amor, el mirlo en la mirada, el secreto del sexo, la lábil lava del labio, el abracadabra en el abrazo.
Pero cuando Roberto, ya en un terreno en el que las palabras perdían su utilidad, comenzó a comportarse de una forma muy distinta, los cuerpos empezaron a mutar de forma inesperada. El secreto se hizo sed; la amapola, amarga; el abracadabra se tornó aborrecible. "Roberto" tenía ahora la dimensión de la rotura, de lo romo y lo robado, del vertedero y el barro. La pirámide se derrumbaba, la vértebra mundanal se descoyuntaba. La dimensión del mundo interior se replegaba sobre sí misma y ahora había que comenzar de cero.
Volaron los añorables años. Cedieron los rocosos recuerdos. Se inflamaron los instintivos instantes. Los campos de trigo se secaron. El sol se recogió en su solsticiada soledad. Quedaron enrarecidas las ramas de los árboles. Hasta que llegó la estación de la cosecha.
"Fernando" sonaba a fertilidad, a la firmeza del magnetismo férreo, a la feroz embestida de una felicidad incapaz de frenar.
No fue infundada su fama de vivir en otro escalón, de deslizarse por el mundo a un ritmo distinto y siempre plácido. Todo cuanto captaban sus sentidos adquiría de inmediato dos dimensiones diferenciadas: la puramente sensorial -el aroma aceitoso de las patatas, los serenos filamentos plateados del río, la magnética aridez de la arena-, y otra, única e indefinible, que se empeñaba en conferirle a la estructura morfológica de las palabras. Para ella, "azulado" no era tan sólo un vocablo, sino la semilla de una virtualmente interminable cadena de vocablos. La fonía de la palabra, a-zu-la-do, formaba un altorelieve propio que, como un repentino nenúfar sobre el agua, se erigía al instante en su profundidad interior.
"Azulado" era, así pues, la sugestión del azur, la lozanía de la azucena, el dulzor del azúcar. Pero también podía ser la oscuridad del zulo o la náusea del azufre. "Maleta" traía, con la misma rapidez, la estampa viajera del malecón al amanecer y la perversión de lo malvado. Amaba los cuerpos de "equivocarse" y de "alteración" por el baile de las vocales, empeñadas en doblegarse unas a otras, como pugnando por un hueco en la cima de la palabra. Desarrolló esta poco corriente capacidad (capaz, capataz, capicúa) como quien ejercita un músculo (muscular, muscaria, música), hasta que pronto fue incapaz de sentirse ella misma sin dedicar unos minutos de cada día a su particular sublimación grafológica.
El primer chico al que amó no se libró de este filtro. "Roberto" sonaba como la rosa, como la ribera y el roble, como la vega y el verso. Roberto dio pronto lugar a una exquisita y continua tridimensionalización: la amapola del amor, el mirlo en la mirada, el secreto del sexo, la lábil lava del labio, el abracadabra en el abrazo.
Pero cuando Roberto, ya en un terreno en el que las palabras perdían su utilidad, comenzó a comportarse de una forma muy distinta, los cuerpos empezaron a mutar de forma inesperada. El secreto se hizo sed; la amapola, amarga; el abracadabra se tornó aborrecible. "Roberto" tenía ahora la dimensión de la rotura, de lo romo y lo robado, del vertedero y el barro. La pirámide se derrumbaba, la vértebra mundanal se descoyuntaba. La dimensión del mundo interior se replegaba sobre sí misma y ahora había que comenzar de cero.
Volaron los añorables años. Cedieron los rocosos recuerdos. Se inflamaron los instintivos instantes. Los campos de trigo se secaron. El sol se recogió en su solsticiada soledad. Quedaron enrarecidas las ramas de los árboles. Hasta que llegó la estación de la cosecha.
"Fernando" sonaba a fertilidad, a la firmeza del magnetismo férreo, a la feroz embestida de una felicidad incapaz de frenar.
2 comentarios:
Dios, este texto es como un ir y venir de olas en una costa que altera su temperatura, donde la arena se balancea, que refresca los pies. Su fonía cobra muchísimas dimensiones rítmicas y significantes que cogen de la mano a esa personalidad que describes y a las palabras que tanta devoción tiene.
Las palabras tienen tantas realidades de las que solo somos capaces de evocar la mitad... son un foto, un aroma, un forma, algo imposible.. enmarcado en una simbología y una partitura de cuatro por cuatro.
Me da la impresión de conocer ésa habilidad que describes. Aunque más que habilidad... puede resultar pedante o excéntrico.
Excéntrico, excedéntico, excesivo.
Magnífico. Mágico. Magistral. Y permíteme: mefistofélico. Ahora cada objeto que miro, se convierte en un torrente de palabras como si continuara metida en la mente de esta mujer.
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