Monkey Element


Ya no necesitamos escribir cartas. Internet nos ha puesto en bandeja una alternativa más cómoda y veloz; también más fría y estéril, lo cual nos trae francamente sin cuidado. Se dijo que Correos desaparecería pronto, pero la demanda se ha adaptado sabiamente a los mecanismos por los que se rige la sociedad contemporánea: ahora, en lugar de repartir nostalgias y sensaciones, repartimos folletos del Corte Inglés, facturas de Iberdrola y multas de tráfico.


En lo presente, Correos es una institución que desea privatizarse pero que ninguna empresa desea comprar. El eterno huérfano repudiado. Desde el seno de la empresa (o las entrañas del caimán, si lo prefieren) observo cómo todos, tanto empleados como ciudadanos de a pie, se ven arrastrados por ese lodazal de incertidumbre: recortes presupuestarios, reducción de personal, mutilaciones salariales, y un refrito de caos estructural como resultado. En la Pobla de Vallbona hay unos 26.000 habitantes y la oficina de correos alberga únicamente diez carteros. Desde el momento en el que llega el camión del correo hasta la hora de cerrar, no hay ni un momento para el descanso. Las cartas se acumulan en montañas sin nombre, los certificados llegan con suerte a su destino y la oficina se inflama de reclamaciones. He visto llorar de impotencia a más de la mitad de mis compañeros. La dirección, preveyendo el inminente final de la organización, exige del empleado cada vez más para pagarle cada vez menos. Se sabe perfectamente que llegará un momento en el que sólo serviremos para entregar paquetería, momento éste en el que FedEx y compañía nos devorarán antes de la hora del almuerzo. Servidor, al ser un mero sustituto, sólo entra y sale esporádicamente de este universo chirriante; pero ha conocido a multitud de empleados que, tras 30 años al servicio de la mensajería, no tienen más herencia que una hernia discal, una pensión risible y una enorme carga sobre los hombros en la que desilusión, monotonía y hastío se conjuran para componer una masa ya indestructible.


No todo es tan terrible. Para algo hemos sido bendecidos con la habilidad de improvisar, así como con la capacidad de ensimismamiento de la que hablaba Ortega y Gasset. Finalmente, uno encuentra una salida; tirando de fuerza de voluntad o golpeándose el cráneo contra la pared, pero la encuentra. En suma, no existe apenas diferencia entre éste y la gran mayoría de los trabajos.


Y eso es justamente lo que me preocupa.


En la entrevista que me hicieron para cierta cadena de heladerías de cuyo nombre no quiero acordarme, nos instruyeron en una amplia variedad de artimañas y subterfugios para, no se me ocurre mejor forma de decirlo, poseer al cliente. "Ofrécele siempre el cono de mayor tamaño; si escoge el pequeño, señálale que ese es el tamaño infantil". Como comercial telefónico, no hubo un sólo momento en el que no me viera obligado a mentir, ocultar y engañar como un bellaco... so riesgo de perder el contrato, cosa que hice voluntariamente a los tres días sin mucho de qué arrepentirme. El mundo no se rige por leyes constitucionales o judiciales, sino económicas. A nuestro sistema no lo construye la política, sino el beneficio. La botica del abuelo y el videoclub Fernández fueron pasto de las llamas hace ya mucho tiempo. En medio de esa inexorable marabunta en la que todo es verde y tintinea como miles de monedas chocando contra una bandeja de plata, quedamos nosotros justo en el medio, desprovistos de voz y de voluntad. Mejor sería decir que vamos siempre a la zaga de la estampida, atados al ramal por medio de cuerdas asombrosamente frágiles. Henry Miller opinaba que a veces era preferible morirse de hambre a verse atrapado en una situación así.


Más nos vale ejercitar cuanto podamos nuestras maravillosas facultades de abstracción e imaginación. El futuro parece empeñado en programar cada segundo de nuestra vida. Cada vez que veo un cartel publicitario me obligo a recordarme que, detrás de todo ello, hay una persona que cobra para convencerme de que necesito ese producto. Y no es precisamente esa persona la que hace posible que ese producto llegue a mi hogar. Yo nunca quise pagar por mi felicidad; quise merecerla. Es curioso cómo lo segundo ha dejado de ser creíble en favor de lo primero.

1 comentario:

nunca contentos dijo...

"These eyes are not your eyes
And these eyes are not the color that
Your arid eyes might be
No, I was not around
When those eyes of yours decided so
I refuse to kneel before the sights you choose to see.

If this is right, I'd rather be wrong
If this is sight, I'd rather be blind"

Under my umbrella - Incubus