Sé que no es la primera vez que trato este tema; pero en esta ocasión quisiera dejar a un lado la poética, que a sumas cuentas no suele ser más que un adorno, y adentrarme un poco más en la scientia del asunto.
Un hombre regresa, ya sea de forma casual o voluntaria, al barrio en el que se crió. De esta forma está completando un círculo que todos estamos destinados a realizar, tarde o temprano: volver a lugares donde nos dejamos una parte de nosotros mismos, ver cómo nuestras anécdotas pasadas se manifiestan de nuevo en los jóvenes, comprobar que nuestros hijos han terminado por heredar los miedos y defectos que nosotros nunca superamos. He aquí una eterna concatenación de ciclos que Azorín supo describir en tan sólo cuatro palabras: "vivir es ver volver".
En cuanto a lo que supone regresar a un lugar después de muchos años, la sensación percibida podría compararse con el movimiento de la aguja de las horas. Nada parece moverse nunca, hasta que se deja de mirar. En nuestra infancia nunca nos apercibimos de la constante evolución del barrio, pero ahora que han pasado varios años, nos topamos de súbito con un sinfín de novedades. Y sin embargo, al mismo tiempo, hay algo que no parece haber cambiado. Pese a la irrupción de nuevos parques, pese a la desaparición de viejos comercios, la esencia de esas calles perdura a través de los años, y sólo nosotros, notarios ante dicha evolución pausada, reconocemos la persistencia de una inexplicable pureza. Aún más extrañamente, sentimos que nada ha cambiado en nosotros, y que ni experiencia ni conocimiento han alterado esa infancia esencial que prevalece bajo nuestra piel. Uno se planta frente al portal de lo que un día fue su hogar y cree haber realizado un salto sobre el tiempo, como si hubiera descubierto una falla en la ley de la relatividad.
Esto nos lleva, de hecho, a preguntas cuya profundidad y complejidad resultan abrumadoras, pues ¿no será que, ciertamente, hay algo en nuestro interior que jamás cambia?
Hemos dividido y estructurado el tiempo durante milenios, obteniendo la muy ingenua creencia de haberlo controlado. Pero lo cierto es que el tiempo, como fuerza y fenómeno, desafía a nuestra percepción con frecuencia, y tampoco se atañe en absoluto al ritmo al que nosotros creemos avanzar. Ante tamaña relación de relatividad y subjetividad, ¿sería descabellado afirmar, o al menos sospechar, que el tiempo es una ilusión? Lamento decir que desconozco los resultados de las numerosas investigaciones científicas realizadas en torno a esta materia. Tan sólo podría hablar del vértice humano de este asunto; lo que líricamente denominaríamos "inmortalidad del alma". Porque todo individuo distingue en su interior mecanismos que jamás envejecen; mecanismos que nos hacen amar, odiar, llorar y sonreir; pasiones que apenas varían de los diez a los setenta años de edad. Vejez y niñez comparten a menudo, aunque bajo distintas apariencias, idénticos rasgos de carácter.
Paralelamente a todo esto, hemos creado la escritura, la mecanografía, la fotografía, el celuloide y la informática para someter un poco más a las leyes del tiempo, siempre incontrolable. Los capítulos de la Biblia, los cuadros de Botticelli, los versos del Bécquer y las imágenes de Lance Armstrong pisando la luna parecen seguir su curso propio en la continuidad temporal, inamovibles ante el empuje de los siglos. Aunque el entorno ideológico y sociocultural en el que crecemos afecta irremediablemente a nuestro punto de vista, el Partenón de Atenas es aún capaz de causarnos tanto asombro o admiración como hizo hace ya casi dos mil quinientos años. Algo elemental, no mancillado, parece tender un puente entre el hombre del pasado y el contemporáneo. Tiempo y raza caminan en pasillos no siempre paralelos; y sin embargo, el tiempo parece respetar esta división más de lo que la respetamos nosotros.
2 comentarios:
No mires al tiempo cuando intenta oprimir el espacio con sus agujas.. él nunca nos mira a nosotros.
Seguimos siendo niños.
"Vivir es ver volver".
Supongo que por eso es tan importante preocuparse por los perterchos con los que uno llena la mochila con la que realizará esa vuelta.
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