Mirando el tablón de anuncios desde abajo, deslizando las pupilas sin mover la cabeza, daba la impresión de esperar el momento en el que todos aquellos folletos y pancartas se derrumbaran sobre ella.
- Si lo tuyo son las letras, no te lo pienses más -susurró la voz, femenina y grave al mismo tiempo, tras de su oído-. Son ganas de complicarse la vida, Lauri.
Mientras permanecía quieta frente al tablón, los labios de Laura se despegaban y se cerraban contra su voluntad, sin llegar apenas a producir sonido alguno.
Ad-mi-nis-tra-ción-dem-pre-sas.
Ar-queo-lo-gí-a.
Bio-lo-giam-bien-tal.
Tengo un problema, Susi. Que si lo práctico, que si lo ideal. Que si labrarse un futuro, que si adquirir conocimientos.
Es-tu-dios-dein-glés.
Ges-tión-ae-ro-náu-ti-ca.
Una se ve hecha para Humanidades o Filosofía. Pero, ¿y luego qué? No me veo dando clases delante de treinta chiquillos que en el fondo están tan perdidos como yo.
So-cio-lo-gí-a. Len-guay-li-te-ra-tu-ra. Ar-tey-di-se-ño.
Un semicírculo de cabellos oscuros se interpuso de pronto entre sus ojos y el tablón. La intrusa se dio la vuelta, y con ella pasó de la oscuridad del cabello a la suficiencia de su mirada. De Vanessa, que había llegado de Valladolid para cursar únicamente la segunda mitad de bachiller, brotaba constantemente la sensación de estar ocultando algo atroz y peligroso que los demás desconocían por completo.
Miró de refilón a Laura con una media sonrisa que todavía parecía esconder algo más Se dio después la vuelta y agarró uno de los folletos.
- ¿Medioambientales? -espetó Susana-. Nunca lo hubiera dicho, Vane.
- Yo tampoco. Pero es una carrera, una que no me la suda del todo. Me basta para conseguir lo que quiero.
- ¿Y qué quieres?
- Marcharme -agitó una mano y se encaminó hacia la salida-. Suerte.
Su eterna camisa negra -a juego con su carácter, dijo alguien una vez- se perdió por el pasillo, y entonces Laura se embarcó de nuevo en la búsqueda de perspectivas, en el estudio de ofertas de créditos optativos, en el cálculo de notas de corte, en el descarte de ilusiones prematuras.
- ¿Y periodismo, Lauri? Con lo que lees y lo bien que escribes, sería fácil para ti.
- Nah, demasiado buenecita para eso- se oyó a la izquierda.
Andreu se colocó junto a las dos chicas, procurando que su metro ochenta y cinco y sus hombros recios se exhibieran lo más varonilmente posible. Llevaba una carpeta oscura bajo el brazo y un cigarro sobre la oreja.
- Teleco -dijo Susana a modo de saludo-. Ya me lo han dicho. ¿Cómo lo lleva pues, señor del 8'4?
- Catalán de los huevos -contestó él sin mirarla-. Habría podido llegar al 9. Tú, ¿cómo que le aconsejas tan mal a tu hermana?
- Le gusta mucho escribir. Creo que lo disfrutaría.
- Los periodistas no escriben, hacen dinero. Y cuidado con que no acabe en el ABC y le coman la cabeza. Laurita, yo te diría que Bellas Artes, si no fuera porque ahí no te comes nada si no eres un gilipollas engreído.
- Entonces nos vemos allí, Andreu-sonrió Susana.
- Claro, claro. Lo mismo te digo. Pide un buen finiquito en la pescadería- cogió su folleto-. Adéu, guapa.
Una vez alcanzó una distancia prudente, escapó aquél "gilipollas" de los labios de Susana. Fue en ese momento cuando Laura alcanzó a ponerle nombre a aquello que sentía desde hacía varios días, y que de todos modos había ido despertando y desapareciendo durante toda su vida con impredecible intermitencia. De la maraña de opciones académicas, del ineludible enredo de ofertas, consideraciones, habladurías y engaños (porque sabía que estaban ahí, agazapados tras el eficaz atractivo de los nombres de las carreras), Laura no obtenía otra cosa que no fuera un peso de hierro sobre la nuca, un latigazo empujando su espalda hasta formar un ángulo cerrado. Cerró los ojos, dejando que un aire demasiado denso abandonara su cuerpo. Sentía, una vez más, el cáncer de la inutilidad.
- Mira, Laura, yo no soy muy indicada para aconsejarte sobre esto. Ni papá, ni mamá... eres la primera que lo consigue. Ya has llegado más lejos que nosotros, joder.
Le acarició el antebrazo.
- Es como para sentirse orgullosa.
Y Laura pensó entonces en las olas reposando sobre la espalda dorada de las playas de Cádiz; pensó en el bronceado de Juanjo y en su forma de sostener la tabla de surf mientras el sol de poniente se deslizaba bajo la línea del horizonte; y en aquella intrascendencia creyó encontrar una recompensa que quedaba muy lejos que cuanta prometía aquél tablón de anuncios atestado de promesas, entelequias, pasos en falso y caídas al vacío.
Miró a su hermana, que la observaba con la mirada henchida de atención y esperanza.
- Susi -dijo al fin-. ¿Podemos irnos a casa? No me apetece estar aquí.
Susana indagó en el oscuro círculo de su pupila derecha.
- ¿No te apetece estar aquí? ¿Qué te apetece?
Su hermana pequeña apretó los labios y miró al jardín del exterior, a través de la puerta acristalada. Después miró de nuevo a Susana.
- Un helado-contestó.
- Si lo tuyo son las letras, no te lo pienses más -susurró la voz, femenina y grave al mismo tiempo, tras de su oído-. Son ganas de complicarse la vida, Lauri.
Mientras permanecía quieta frente al tablón, los labios de Laura se despegaban y se cerraban contra su voluntad, sin llegar apenas a producir sonido alguno.
Ad-mi-nis-tra-ción-dem-pre-sas.
Ar-queo-lo-gí-a.
Bio-lo-giam-bien-tal.
Tengo un problema, Susi. Que si lo práctico, que si lo ideal. Que si labrarse un futuro, que si adquirir conocimientos.
Es-tu-dios-dein-glés.
Ges-tión-ae-ro-náu-ti-ca.
Una se ve hecha para Humanidades o Filosofía. Pero, ¿y luego qué? No me veo dando clases delante de treinta chiquillos que en el fondo están tan perdidos como yo.
So-cio-lo-gí-a. Len-guay-li-te-ra-tu-ra. Ar-tey-di-se-ño.
Un semicírculo de cabellos oscuros se interpuso de pronto entre sus ojos y el tablón. La intrusa se dio la vuelta, y con ella pasó de la oscuridad del cabello a la suficiencia de su mirada. De Vanessa, que había llegado de Valladolid para cursar únicamente la segunda mitad de bachiller, brotaba constantemente la sensación de estar ocultando algo atroz y peligroso que los demás desconocían por completo.
Miró de refilón a Laura con una media sonrisa que todavía parecía esconder algo más Se dio después la vuelta y agarró uno de los folletos.
- ¿Medioambientales? -espetó Susana-. Nunca lo hubiera dicho, Vane.
- Yo tampoco. Pero es una carrera, una que no me la suda del todo. Me basta para conseguir lo que quiero.
- ¿Y qué quieres?
- Marcharme -agitó una mano y se encaminó hacia la salida-. Suerte.
Su eterna camisa negra -a juego con su carácter, dijo alguien una vez- se perdió por el pasillo, y entonces Laura se embarcó de nuevo en la búsqueda de perspectivas, en el estudio de ofertas de créditos optativos, en el cálculo de notas de corte, en el descarte de ilusiones prematuras.
- ¿Y periodismo, Lauri? Con lo que lees y lo bien que escribes, sería fácil para ti.
- Nah, demasiado buenecita para eso- se oyó a la izquierda.
Andreu se colocó junto a las dos chicas, procurando que su metro ochenta y cinco y sus hombros recios se exhibieran lo más varonilmente posible. Llevaba una carpeta oscura bajo el brazo y un cigarro sobre la oreja.
- Teleco -dijo Susana a modo de saludo-. Ya me lo han dicho. ¿Cómo lo lleva pues, señor del 8'4?
- Catalán de los huevos -contestó él sin mirarla-. Habría podido llegar al 9. Tú, ¿cómo que le aconsejas tan mal a tu hermana?
- Le gusta mucho escribir. Creo que lo disfrutaría.
- Los periodistas no escriben, hacen dinero. Y cuidado con que no acabe en el ABC y le coman la cabeza. Laurita, yo te diría que Bellas Artes, si no fuera porque ahí no te comes nada si no eres un gilipollas engreído.
- Entonces nos vemos allí, Andreu-sonrió Susana.
- Claro, claro. Lo mismo te digo. Pide un buen finiquito en la pescadería- cogió su folleto-. Adéu, guapa.
Una vez alcanzó una distancia prudente, escapó aquél "gilipollas" de los labios de Susana. Fue en ese momento cuando Laura alcanzó a ponerle nombre a aquello que sentía desde hacía varios días, y que de todos modos había ido despertando y desapareciendo durante toda su vida con impredecible intermitencia. De la maraña de opciones académicas, del ineludible enredo de ofertas, consideraciones, habladurías y engaños (porque sabía que estaban ahí, agazapados tras el eficaz atractivo de los nombres de las carreras), Laura no obtenía otra cosa que no fuera un peso de hierro sobre la nuca, un latigazo empujando su espalda hasta formar un ángulo cerrado. Cerró los ojos, dejando que un aire demasiado denso abandonara su cuerpo. Sentía, una vez más, el cáncer de la inutilidad.
- Mira, Laura, yo no soy muy indicada para aconsejarte sobre esto. Ni papá, ni mamá... eres la primera que lo consigue. Ya has llegado más lejos que nosotros, joder.
Le acarició el antebrazo.
- Es como para sentirse orgullosa.
Y Laura pensó entonces en las olas reposando sobre la espalda dorada de las playas de Cádiz; pensó en el bronceado de Juanjo y en su forma de sostener la tabla de surf mientras el sol de poniente se deslizaba bajo la línea del horizonte; y en aquella intrascendencia creyó encontrar una recompensa que quedaba muy lejos que cuanta prometía aquél tablón de anuncios atestado de promesas, entelequias, pasos en falso y caídas al vacío.
Miró a su hermana, que la observaba con la mirada henchida de atención y esperanza.
- Susi -dijo al fin-. ¿Podemos irnos a casa? No me apetece estar aquí.
Susana indagó en el oscuro círculo de su pupila derecha.
- ¿No te apetece estar aquí? ¿Qué te apetece?
Su hermana pequeña apretó los labios y miró al jardín del exterior, a través de la puerta acristalada. Después miró de nuevo a Susana.
- Un helado-contestó.
3 comentarios:
Han pasado muchos años desde que tomé la decisión de lo que creía querer como camino.
En ese momento no dudé.
No podría decir lo mismo de ahora.
"y en aquella intrascendencia creyó encontrar una recompensa que quedaba muy lejos que cuanta prometía aquél tablón de anuncios atestado de promesas, entelequias, pasos en falso y caídas al vacío.
"
Por mi parte no han pasado demasiados años. Aún recuerdo ése tablón, mi gran afinidad por el arte y tentación por la escritura. Ese gran dilema que me tuvo a duermevela cuando nos conocimos.
No creo que llegue a saber nunca si elegí bien, quizás la recompensa no esté en saberlo.
Pd: otro helado para mí
Yo ya sé que no elegí bien. Estudié leyes por vocación y reniego del "mundillo legal" con auténtico fervor.
Ahora veo que mi naturaleza no encaja en esa jungla. Quizá por ello no he encontrado un hueco en ella. Por fortuna.
Pero estoy de acuerdo contigo, Ilitia: la recompensa queda lejos del descubrimiento de haber acertado o haber errado. La recompensa para mi es saber en qué lugar estoy yo con respecto a la decisión que tomé.
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