Cómo me alegro de verte. Tienes la misma cara que de niño, ¿sabes? Aunque claro, ahora más hombre. La última vez que te vi aún andabas con éstos en el parque con vuestros porros. Sí que es noticia verte por la ciudad, ¿qué tal por allá? ¿Ya llegas a fin de mes, entre tanto catalán?
No, ni hablar. Después de todo es por los tópicos que uno sabe dónde está cada sitio en el mapa. Yo fui una vez allí, cuando estaba con Javier. Me has recordado lo mucho que le gustaba la playa. Alguien debería escribir su biografía. Sí, él fue el primero. A los catorce. Tardé mucho en contárselo a alguien. Temía que en casa fueran a enterarse y me echaran. Bueno, sí, pero eran otros tiempos. Piénsalo bien.
Es curioso, él pensaba al contrario que tú. Vivía de reinventarse. Una tenía que comprobar cada mañana que era la misma persona del día anterior. No se le podía recordar un error. ¿Conservas esa memoria de elefante, no? Seguro que recuerdas el famoso incidente en clase de matemáticas. En verdad sólo trataba de llamar la atención. Esa que le faltaba por parte de la madre que nunca tuvo, y del padre que le tocó aguantar. Por aquí aún se habla de él a menudo. Sí, claro, yo también. Te contaré un secreto: sí sabía llorar. Aunque puede que sólo lo hiciera delante mío. Y te diré algo: no se sabe qué es la tristeza hasta que se ve algo así.
Lo mío es distinto, no me hagas reír. Cualquiera me ha visto llorar. Claro que no todos me comprendían como tú. ¿Cambiar? Sí, mucho, aunque ya sabes que nadie se libra de sus peores males. Pero sí que me voy planteando muchas cosas. Buena culpa de ello la tiene mi paso por Londres. También allí, también. ¿Para qué se vive si no? Javi me enseñó a adorar el riesgo. Ahora bien, si a la vida le da por pegarte, lo hace con la mano bien abierta. Por poco no salgo de allí. En el fondo la culpa es mía: Nunca aprenderé a no fiarme de cualquiera. Hay que decir que tampoco se duerme mal en el césped de Hyde Park. Mucho mejor que en varios pisos en los que estuve. Juanjo tiene ya el suyo, ¿sabías? Ahí por Aluche, y bien majo, para lo que él y su novia se pueden permitir. No puede quejarse de lo que tiene.
Yo creía tenerlo todo. Acababa de cumplir diecinueve. Mi trabajo, mi coche, mi Javier. Es curioso que perdiera prácticamente las tres cosas a la vez. Se tardan años en descubrir dónde te has equivocado, y después se tardan muchos más en descubrir que no tienes excusa. Pero no quiero hablar de eso. Estamos aquí, hoy, ahora, y hacía mucho que no te veía. Siempre estuve segura de que tú serías una de esas personas a las que, finalmente, todo les va bien. Va a resultar que la vida es justa, solo que esa justicia no se da ninguna prisa. Mírame a mí, de un lado para otro. De hecho, casi es casualidad que me hayas encontrado aquí. Al menos aquí se puede vivir del estado. En Buenos Aires hacía lo que fuera por algo de plata. No preguntes.
¿Conoces Lisboa? Todo el mundo me cuenta maravillas. No hay mucho jaleo, se vive bien, se come de puta madre, ¿qué más?. Sólo falta ahorrar lo mínimo, y conseguir que algún portugués compasivo me acoja en su casa. Sí, tal como estás pensando. Ahora no te me hagas el sorprendido. Tú has estado conmigo. Sabes cómo me funcionan los engranajes desde pequeña. ¿O se te ha olvidado cómo me las apañaba para que los demás hicieran los deberes por mí? Qué se te va a olvidar. Tú eras el primero que se prestaba voluntario. También Javier, aunque por entonces nadie se imaginaba... he recordado otra cosa viéndote. Él también se pedía dos sobres de azúcar. Y la leche, siempre del tiempo. Pobre del camarero que se le olvidara. Era el azote de la hostelería. ¿Lo ves? Ya estamos por el suelo sólo de acordarnos. Oye, qué curioso. Cuando te ríes cierras los ojos con fuerza, igual que hacía él. Nunca me había fijado. Podrías pedir algo para que brindemos por él. Seguro que nos está escuchando. ¿Por dónde iba? Ah, sí. Lisboa. Tienes la misma cara que de niño. No sé si te lo he dicho ya.
No, ni hablar. Después de todo es por los tópicos que uno sabe dónde está cada sitio en el mapa. Yo fui una vez allí, cuando estaba con Javier. Me has recordado lo mucho que le gustaba la playa. Alguien debería escribir su biografía. Sí, él fue el primero. A los catorce. Tardé mucho en contárselo a alguien. Temía que en casa fueran a enterarse y me echaran. Bueno, sí, pero eran otros tiempos. Piénsalo bien.
Es curioso, él pensaba al contrario que tú. Vivía de reinventarse. Una tenía que comprobar cada mañana que era la misma persona del día anterior. No se le podía recordar un error. ¿Conservas esa memoria de elefante, no? Seguro que recuerdas el famoso incidente en clase de matemáticas. En verdad sólo trataba de llamar la atención. Esa que le faltaba por parte de la madre que nunca tuvo, y del padre que le tocó aguantar. Por aquí aún se habla de él a menudo. Sí, claro, yo también. Te contaré un secreto: sí sabía llorar. Aunque puede que sólo lo hiciera delante mío. Y te diré algo: no se sabe qué es la tristeza hasta que se ve algo así.
Lo mío es distinto, no me hagas reír. Cualquiera me ha visto llorar. Claro que no todos me comprendían como tú. ¿Cambiar? Sí, mucho, aunque ya sabes que nadie se libra de sus peores males. Pero sí que me voy planteando muchas cosas. Buena culpa de ello la tiene mi paso por Londres. También allí, también. ¿Para qué se vive si no? Javi me enseñó a adorar el riesgo. Ahora bien, si a la vida le da por pegarte, lo hace con la mano bien abierta. Por poco no salgo de allí. En el fondo la culpa es mía: Nunca aprenderé a no fiarme de cualquiera. Hay que decir que tampoco se duerme mal en el césped de Hyde Park. Mucho mejor que en varios pisos en los que estuve. Juanjo tiene ya el suyo, ¿sabías? Ahí por Aluche, y bien majo, para lo que él y su novia se pueden permitir. No puede quejarse de lo que tiene.
Yo creía tenerlo todo. Acababa de cumplir diecinueve. Mi trabajo, mi coche, mi Javier. Es curioso que perdiera prácticamente las tres cosas a la vez. Se tardan años en descubrir dónde te has equivocado, y después se tardan muchos más en descubrir que no tienes excusa. Pero no quiero hablar de eso. Estamos aquí, hoy, ahora, y hacía mucho que no te veía. Siempre estuve segura de que tú serías una de esas personas a las que, finalmente, todo les va bien. Va a resultar que la vida es justa, solo que esa justicia no se da ninguna prisa. Mírame a mí, de un lado para otro. De hecho, casi es casualidad que me hayas encontrado aquí. Al menos aquí se puede vivir del estado. En Buenos Aires hacía lo que fuera por algo de plata. No preguntes.
¿Conoces Lisboa? Todo el mundo me cuenta maravillas. No hay mucho jaleo, se vive bien, se come de puta madre, ¿qué más?. Sólo falta ahorrar lo mínimo, y conseguir que algún portugués compasivo me acoja en su casa. Sí, tal como estás pensando. Ahora no te me hagas el sorprendido. Tú has estado conmigo. Sabes cómo me funcionan los engranajes desde pequeña. ¿O se te ha olvidado cómo me las apañaba para que los demás hicieran los deberes por mí? Qué se te va a olvidar. Tú eras el primero que se prestaba voluntario. También Javier, aunque por entonces nadie se imaginaba... he recordado otra cosa viéndote. Él también se pedía dos sobres de azúcar. Y la leche, siempre del tiempo. Pobre del camarero que se le olvidara. Era el azote de la hostelería. ¿Lo ves? Ya estamos por el suelo sólo de acordarnos. Oye, qué curioso. Cuando te ríes cierras los ojos con fuerza, igual que hacía él. Nunca me había fijado. Podrías pedir algo para que brindemos por él. Seguro que nos está escuchando. ¿Por dónde iba? Ah, sí. Lisboa. Tienes la misma cara que de niño. No sé si te lo he dicho ya.
2 comentarios:
Recordar es vivir. Vivimos de recuerdos: unos buenos, unos malos. Pero que forman parte de cada persona, son inevitables, y por lo general nos sacan una sonrisa (¿cualquier tiempo pasado nos parece mejor?), de añoranza o de felicidad.
De nuevo me quedo sin palabras.
Mientras estaba leyendo estas lineas, iba viviendo la conversación sembrada de recuerdos, añoranza y reencuentros. Y he podido revivir las conversaciones que, como ésta, han formado parte de alguno de mis días.
Se tarda mucho en encontrar las equivocaciones. Pero aún se trada mucho más en superar el sabor amargo que deja el tener que inventar las excusas que uno no tiene.
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