Cuánto me gustaría realizar un homenaje, si no fuera por esta desafortunada enzima con la que nací. La mayor jaqueca para alguien como yo, incapacitado para la organización, iletrado en planificación, negado en arquitectura del pensamiento, es que jamás podrá culminar ninguna meta que se proponga. Es, será un esclavo de la improvisación.
Tan sólo podría resignarme a alzar la batuta, y que la orquesta ría, gimotee o parta en dos sus instrumentos si le viene en gana. Es la principal ventaja que otorga la ausencia de público. Se apagan las luces, se corre el telón y yo mismo puedo aplaudirme o hacerme sangrar la cabeza con una botella si fuera pertinente.
Para ti, Estefanía, canto. Tenía intención de hacerlo un par de meses más tarde, llegado Mayo, aprovechando el primer aniversario de la apertura de puertas de este café que tú abalaste en su tiempo con una simple mirada distante. Pero has querido aparecer antes de lo acordado; no te sorprendas, pues, si mis sueños persiguen tu inmaculada estela más rápido de lo que tú seas capaz de correr.
Deberían lavarle la cara a todos los enigmas y comprobar que ninguno de ellos esconde una sóla pepita de oro que valga la pena. En cambio tú, constelación en decadencia, veneno inyectado, te bastas con tu simple apariencia para que algunos dediquemos toda una vida a desentrañar tus misterios, a deslindar tu anatomía. Porque el verdadero hálito de la vida y su energía sólo buscan el abrigo de unos pocos afortunados, y me parece que tú formas legítima parte de ellos. Porque el amor no respeta ningún convenio, se burla de las fronteras y se limpia el culo con los estatutos. A veces, ese caos químico termina por verterse en manifiestos del todo deplorables; alegatos que buscan comida en la basura y no miran atrás cuando cruzan la calle, como éste.
No, vamos, no me hagas eso. Ni se te ocurra tomarme tan en serio. Tan sólo sigue caminando, ahora que te has tomado tus cinco minutos aquí. Ya te he tocado una vez más. Tu jirón de carne y tus historias se quedan aquí conmigo. Ahora, calladita.
Tan sólo podría resignarme a alzar la batuta, y que la orquesta ría, gimotee o parta en dos sus instrumentos si le viene en gana. Es la principal ventaja que otorga la ausencia de público. Se apagan las luces, se corre el telón y yo mismo puedo aplaudirme o hacerme sangrar la cabeza con una botella si fuera pertinente.
Para ti, Estefanía, canto. Tenía intención de hacerlo un par de meses más tarde, llegado Mayo, aprovechando el primer aniversario de la apertura de puertas de este café que tú abalaste en su tiempo con una simple mirada distante. Pero has querido aparecer antes de lo acordado; no te sorprendas, pues, si mis sueños persiguen tu inmaculada estela más rápido de lo que tú seas capaz de correr.
Deberían lavarle la cara a todos los enigmas y comprobar que ninguno de ellos esconde una sóla pepita de oro que valga la pena. En cambio tú, constelación en decadencia, veneno inyectado, te bastas con tu simple apariencia para que algunos dediquemos toda una vida a desentrañar tus misterios, a deslindar tu anatomía. Porque el verdadero hálito de la vida y su energía sólo buscan el abrigo de unos pocos afortunados, y me parece que tú formas legítima parte de ellos. Porque el amor no respeta ningún convenio, se burla de las fronteras y se limpia el culo con los estatutos. A veces, ese caos químico termina por verterse en manifiestos del todo deplorables; alegatos que buscan comida en la basura y no miran atrás cuando cruzan la calle, como éste.
No, vamos, no me hagas eso. Ni se te ocurra tomarme tan en serio. Tan sólo sigue caminando, ahora que te has tomado tus cinco minutos aquí. Ya te he tocado una vez más. Tu jirón de carne y tus historias se quedan aquí conmigo. Ahora, calladita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario