Babilonia y el moho


"La gente cree que el vacío es la nada, pero no lo es. El vacío es una plenitud discordante, un mundo atestado de fantasmas en el que el alma hace un reconocimiento".


Henry Miller, Trópico de Capricornio


Es lo que se siente en las noches de San Antonio de Benagéber, bajo esa luna como único punto brillante en el desolado páramo. Los jardines y las terrazas escupen eructos de buenas comidas, tenedores de plata, papel higiénico de terciopelo perfumado. Las estrellas difunden, sobre la superficie de las piscinas dormidas, el reflejo de un brillo solitario y suicida; nadie las atiende. Canto para ti y despierto a toda la comunidad, que pretende acallar al piojoso intérprete lanzándole sus trastos viejos y sus hijas fracasadas para que se tomen un baño con él.

¿Buscáis un texto con fondo filosófico, humano? Pasad página. Para vosotros no tengo más que un cubo lleno de vómitos. Los días se suceden en una insufrible conspiración llamada a roerme los huesos. Veo pasar inútiles con sus perros a cuestas; creen que los están sacando a pasear, pero son los perros quienes les calzan correas a ellos. A veces me pierdo por esta Babilonia mugrienta de urbanizaciones; cerca de un claro se extiende una pequeña masía que parece una torre de observación. Tintineo de llaves: una mirada perdida, una corza en el rebaño equivocado. Es castaña, delgada, lleva una edición de bolsillo de Saramago bajo el brazo. La riñen por haber llegado tarde. Ella escupe sobre las rosas, las pisotea, las embadurna con una bilis sangrante y no quiere contener la hemorragia. La gacela quiere huir de este rebaño pero no la dejan: creen que la calle la destrozaría. Si no fuera hija única, hace años que la hubieran dado por perdida.

Hay una brecha en la fortaleza: el flanco noroeste del muro no tiene verja. Un hijoputa como yo la podría saltar al instante. El azar entra por el túnel de lavado y se cubre el rostro con jabón: un robusto naranjo está erguido y cruzado de piernas al costado de la única ventana que reluce en el segundo piso. De pronto soy felino y tengo la luna mucho más cerca: reluce por el lado que nadie limpia, así que el pueblo no está iluminado, sino que lo abriga una especie de aura mohosa, olor a calcio roído. Salto al batiente, dos golpes al cristal. La cortina se desliza y ella casi se muere del susto.

Pero, amor, ¿no ves que no es necesario explicarte quién puñetas soy y qué diantres hago aquí? El tiempo y el espacio me han permitido llegar hasta aquí, así que ábreme. Bajo la puerta de su cuarto se introduce una oscuridad desprevenida y el eco de unos ronquidos resuena por toda la villa. La habitación es esférica y yo soy el nuevo eje que dejará de sostenerla. Cuántos libros, chèrie. ¿Te gusta mucho Saramago? Ajá. ¿Qué me cuentas de ése que escondes bajo las faldas?

Toneladas y quintales de plomo ardiendo. Una lluvia de coral reflectante, una explosión de incienso, y finalmente el ruido de una ola rompiendo contra la presa. Ella encaja perfectamente entre mis brazos y, además, posee una gran conversación... hasta que se apaga lentamente como una batería y cae rendida. Mañana por la mañana tendré tiempo de salir y observaré que la luna muestra su otra espalda. Me encanta limpiarle las telarañas a las familias bien.

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